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Jean Nouvel: La sublimación de la arquitectura por filosofía, luz y magia.

Jean Nouvel es uno de los grandes filósofos de nuestros tiempos. Es un filósofo que escogió la arquitectura para materializar sus pensa­mientos y, esto, le convierte en un arquitecto enorme, diferente, desconcertante, a veces in­comprendido, pero también admirado, que ha sido galardonado con innumerables premios, incluido el Pritzker.

Las obras de este genio francés son, como sus teorías, de una humanidad profunda y de un carácter enormemente controvertido. Son la elevación de la arquitectura a su máximo ex­ponente, su sublimación suprema. Por ello, es amado y criticado alrededor del mundo entero. Es un mago en todo su apogeo: no todos en­tienden los entresijos de su espectáculo, tan solo los que realmente tienen que entenderlo.

Un gran ejemplo es la Torre Agbar de Barce­lona, España, un rascacielos en forma de bala y recubierto de 16.000 láminas de vidrio tras­lúcido que cambian de color dependiendo de la luz solar. Como él mismo explicaba en una entrevista, “la gente que no conoce Barcelona ve la Torre Agbar en revistas internacionales y no entiende nada. Este modelo formal ha sido usado por los arquitectos catalanes desde hace varios siglos inspirados por los picos montaño­sos de Montserrat, forjados por el viento. (…) Haberla coloreado también es un homenaje a Gaudí. Los barceloneses reconocieron inme­diatamente que ese edificio formaba parte de su cultura y de su ADN, mientras que la gente a nivel internacional ve el símbolo fálico, nada más. Una especie de provocación sexual”

La contextualización

Durante su infancia en el pequeño pueblo francés llamado Sarlat, entre estrechas calles y edificios de los siglos XV, XVI y XVII, su padre, profesor de historia y geografía, se convierte en un factor determinante para su formación: “El amor por los mapas, por los lugares, por las explicaciones de mi padre, creo que está muy ligado a la arquitectura”

Su teoría es que antes de esbozar las primeras lí­neas de un proyecto es preciso contextualizarlo, es decir, entender su historia y geografía: la ubicación, la época y su relación con el pasado, los elementos con los que se cuenta, la cultura. Muchas veces, esta contextualización no resulta directamente visible a la gente de la calle, como en el caso del Centro Pom­pidou de París (de Renzo Piano y Richard Rogers), que, como desvela el arquitecto, “es como una cate­dral: tiene atrio, arcos, sube a una altura que permite contemplar París (…) pero las personas sólo ven los tubos y el metal”.

“La mayoría de las grandes arquitecturas no son, a priori, espectaculares. Si se leen en su profundidad son desconcertantes en determinados momentos, son ambiguas. Por tanto, se trata precisamente de elegir la forma de retener, de mostrarse, de escon­derse, de decir las cosas o de no decirlas, de sugerir. Eso es el erotismo arquitectónico”

Como aprendimos en El Principito de Antoine de Saint-Exupéry, hay personas cuya mirada ve más que otras y, por este motivo, el proceso de contextua­lización no lo debe llevar a cabo el arquitecto en so­litario. Nouvel lo explica así: “Prácticamente en todas las situaciones, lo que hay que hacer es cruzar una mirada exterior con una mirada interior. En general, la mía es exterior. Alguien que conoce muy bien un lugar o una profesión posee una visión desde el in­terior. Si llegas a una ciudad que nunca has visitado, ves las cosas sin valorar todas las posibilidades y algo muy poético puede ser subrayado, puesto en evidencia y releído por los que están dentro como algo placentero”

Por eso, cada proyecto funciona en el lugar en el que se ha puesto y no en otro: “Es indisociable del lugar donde ha sido construido. Aspira a pertenecer a un país, a una geografía y a una historia determinados, pero sin ser una traducción llana de su herencia cul­tural”

Como buen filósofo, para Jean Nouvel, “tener un estilo no es repetir el mismo vocabulario formal ad nauseam. Es apostar por la permanencia de una ac­titud intelectual”, lo que, en su caso, se corresponde­ría con esta contextualización, con el dar raíces a las construcciones, algo esencial para luchar contra la clonación y pérdida de identidad en la arquitectura.

Integración y tolerancia

Numerosas obras de Jean Nouvel están estre­chamente relacionadas con la cultura árabe. El Instituto del Mundo Árabe de París, el Museo Nacional de Qatar y el recién inaugurado Mu­seo Louvre de Abu Dhabi, entre otros.

Con estos y otros trabajos, Nouvel busca la to­lerancia y promueve la integración de las dife­rentes culturas en la ciudad. “He hecho proyec­tos arquitectónicos que hablan de sus valores culturales para mostrar que el Islam es tam­bién una cultura muy profunda y muy huma­na. No podemos confundirnos con los acon­tecimientos actuales”. Sostiene, además, que “hace falta que las ciudades pongan el acento en la igualdad entre todos los ciudadanos que viven en la ciudad, así como en la igualdad de acceso a los grandes espacios públicos. Que no se cree zonificación ni segregación”, y resal­ta la importancia de esto último para no gene­rar odio entre civilizaciones.

Su filosofía se basa en tener en cuenta todos los fenómenos sociales para conseguir una integración social real: “Proyectos como el Louvre posibilitan un cambio que no sucederá de la noche a la mañana, pero nos dirige hacia una situación en la que se admitirá que el otro, el que piensa distinto, no es automáticamente un infiel o un descreído”

Rol social del arquitecto

Para Jean Nouvel, “formamos parte de una so­ciedad, no estamos solos” y, por eso, “la ciudad debe planificarse en base a todos sus compo­nentes”. Habitamos una vivienda, pero también un barrio y una ciudad, espacios que compar­timos con otros seres humanos, con quienes realizamos intercambios y, en consecuencia, nos enriquecemos.

Mantiene que los poderes políticos y económi­cos rigen las decisiones de organización de las metrópolis, lo que influye tremendamente en temas sociales y humanitarios. Por eso, desde su participación en la creación del Movimiento Marzo 76, sigue luchando por una planificación de las ciudades con raíces, identidad social y sentido común, y clama porque se le devuelva su papel social al arquitecto.

La luz y la geometría

En todos y cada uno de los proyectos de Nouvel, el juego con la luz es un indispen­sable que a veces se aprecia a simple vis­ta, y otras solo se intuye o se siente.

Se percibe en las fachadas de la impac­tante Filarmónica de París y la Fundación Cartier, que reflejan la luz natural de ma­nera espectacular; en los colores de la Torre Agbar de Barcelona; en los conos de vidrio de las Galerías Lafayette de Berlín, superpuestos e invertidos, y que perforan el edificio de arriba a abajo e in­tensifican la entrada de luz natural.

Pero donde la gestión de la luz de Nou­vel alcanza su mayor apogeo es en su primer proyecto y en el último, el Insti­tuto del Mundo Árabe de París y el Mu­seo Louvre de Abu Dhabi. En la fachada del primero, un sistema de mosaicos de metal computarizados y que reaccionan ante la luz -abriéndose o cerrándose- como los diafragmas de una cámara de fotos, consigue una constancia en la luz natural que entra al edificio y lo inunda de calma en cualquier horario. En el interior del segundo, una cúpula de ocho capas perforadas y superpuestas genera unos rayos solares difuminados que cambian a cada segundo y transportan al visitan­te: “La gran arquitectura árabe siempre es geometría y luz. Busqué una singula­ridad respecto a esa herencia. Recordé la luz de los zocos y el sol filtrado por los palmerales, que dibuja manchas sobre la arena del desierto”

Jean Nouvel sigue constante en su em­peño de conseguir un mundo más social y fácil de habitar, donde todos los seres humanos puedan disfrutar del art de vi­vre (arte de vivir). Por eso, no le importa cómo le recordarán en este mundo cuan­do ya no esté, a lo que sí aspira es a que sus obras se mantengan cierto tiempo, lo que querrá decir que son testimonio de una civilización.

“No me interesa el futuro, sino el presen­te, porque siendo útiles en el presente fa­bricamos el futuro”.