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Cuando el fotógrafo de naturaleza, viajero y ambientalista, Roberto Valdez —Robinski—, me pregunta si he tenido la oportunidad de subir al Cotopaxi, me quedo callada. Me ataca el síndrome de la impostora en una nueva faceta: al igual que cualquier turista que mira por primera vez nuestra cordillera, yo tampoco la conozco.

Roberto, quien ha publicado tres libros sobre los Andes —Highlands of Ecuador (2018), El gran Chimborazo (2020) y El noble Cotopaxi (2022)—, no solo se ha dedicado a recorrer las montañas de nuestro país, sino que, en el camino, ha cosechado una admirable obra fotográfica y editorial con la que financia su vida. Esta es una hazaña para cualquier artista ecuatoriano, que además sirve para costear varias iniciativas de limpieza de desechos.

Charlar con una persona así me hace sentir pequeña, no solo por el impacto de su labor ambiental (ha liderado la recolección de 5,5 toneladas de basura en el Chimborazo) o la belleza de sus fotos (que han recibido premios internacionales). Me doy cuenta de que, como la mayoría de los ecuatorianos, el desconocimiento sobre los entornos naturales de nuestro país me impide amarlos y protegerlos. 

El desinterés generalizado de la población ecuatoriana ha exacerbado el abandono de áreas protegidas por falta de presupuesto, el incremento de delitos como la minería o tala ilegal y el ascenso de las toneladas de basura que se entierran sin ningún tipo de tratamiento. Es en este contexto en el que la obra de Robinski adquiere una trascendencia que la coloca en una esfera diferente a la de los objetos que se conciben como meros vehículos de exaltación estética. Con sus fotografías, Valdez desea visibilizar la belleza y fragilidad de ecosistemas como glaciares, páramos y arenales, y motivar a los ecuatorianos a separar la mirada de sus teléfonos, para que vean lo que les rodea y está en riesgo.

Roberto Valdez. volcán Chimborazo desde Guayaquil. Cortesía © Robinski.

¿Cómo te iniciaste en la fotografía? 

Roberto: Aprendí con una cámara analógica. Como cualquier guagua curioso, moneaba la que había en mi casa, hasta que un día la abrí con una piedra. Gracias a esa curiosidad aprendí la parte técnica, que es la que yo enseño en mis talleres. Sin embargo, existe el tema del ojo fotográfico, eso no se enseña, lo desarrolla cada quién en un camino propio. Yo he recorrido ese camino y he llegado a donde estoy ahora. Con el tiempo, me he vuelto más crítico con mi propio trabajo. En mis primeros viajes, regresaba con cientos de fotos, pero con suerte encontraba una buena. Ahora ya no disparó como loco, pienso más en lo que voy a hacer y acierto más. 

¿Cómo te iniciaste en el montañismo? 

R: Soy guayaco, supongo que de ahí viene la respuesta. Cuando tenía diez años, fui al Cotopaxi. En ese viaje, el corazón se me cayó por ahí y se quedó en los Andes. No sé explicarlo, pero desde entonces tengo un crush con las montañas. Cuando hice fotos de los volcanes desde todos los ángulos —incluso desde el aire—, entendí que debía sentirlos de cerca y, en ese sentido, el montañismo fue necesario. Entre montañeros existe la creencia de que cada pico tiene su propio carácter: unos son salvajes y te obligan a sobrevivir, otros son acogedores, como un abuelito que te abraza. Cada uno tiene su energía y eso solo lo comprendes estando ahí. 

De las montañas que has visitado, ¿cuál es tu favorita? 

R: Tengo sentimientos muy fuertes por el Chimborazo y el Cotopaxi. Ambos son muy importantes en mi vida y carrera. El Chimborazo, al ser la montaña más alta del Ecuador, se puede ver desde mi natal Guayaquil. Sé que suena raro, pero, en realidad, lo raro es que la gente despegue la mirada de sus teléfonos y mire el horizonte. Por otro lado, el Cotopaxi fue la primera alta montaña que subí. Entrené todo un año, ascendí y fue hermosísimo. Me trató tan bien que generé un amorío con el volcán y su glaciar. 

Roberto Valdez. El Cotopaxi visto desde el Antisana. Cortesía © Robinski.

Cuéntanos más sobre tu trabajo, ¿qué lugares has fotografiado y cómo los eliges?

R:Comienzo planeando el viaje, pero todo depende de lo que tenga al frente. En 2023, cuando subí el Antisana y llegué al glaciar, estaba parado en lo que mi guía me explicó era una zona de muerte, porque el hielo se podía desprender en cualquier momento. Sin embargo —y por lo que tenía al frente—, me detuve para capturar una vista que quedó en el segundo lugar de la categoría Tierra de The Nature Conservancy. Hay escenarios en los que uno se tiene que arriesgar, pero no demasiado, porque, si pasa algo, nadie va a ver la foto. Para hacer algo diferente, hay que incomodarse.

¿Tienes algún otro trabajo premiado y cuál es su historia?

En el 2020, una foto mía del Sangay quedó en el primer lugar del World Photography Awards que organiza Soni. Lo que la gente no sabe es que yo perseguí esa foto durante un año, porque decidí hacerla desde Macas y, como allá llueve mucho, cada vez que iba, no podía ver nada. Fui durante meses, hasta que finalmente pude hacerla. Creo que San Pedro me tuvo pena y dijo: «Haz la foto y ya no molestes». Mis fotos premiadas a nivel mundial, la del Sangay y del Cotopaxi, han tenido un trasfondo de constancia y de esfuerzo.

Roberto Valdez. El Sangay en erupción visto desde Macas. Cortesía © Robinski.

¿Qué has aprendido en la montaña?

R: Me ha enseñado que las cosas buenas cuestan, tal vez no dinero, pero requieren esfuerzo: sacarte el aire por trece o catorce horas de subir y bajar. Esa certeza también se debe trasladar a la vida cotidiana. La montaña también te enseña a valorar las cosas sencillas, como una ducha caliente, un inodoro. La montaña te incomoda y de eso se aprende. Además, está el tema de la incondicionalidad con tus compañeros, la gente con la que subes, con la que sufres y lloras en la cumbre o porque no pudiste subir por el cansancio. Esos amigos se convierten en hermanos, porque a todos los ata la cordada. Si uno cae en una grieta, los otros lo sacan. En la montaña siempre estás pendiente de los otros. 

¿Tienes alguna anécdota sobre tus ascensos que quieras compartir?  

R:Desde hace algunos años organizo mingas de recolección de basura en el Chimborazo. Recuerdo que, después de una de ellas, regresé al volcán para ver el atardecer. Entonces, cuando estaba por la carretera se colocaron, como alineadas, frente al sol, dos vicuñas. Pensé que eso ni planificando hubiera ocurrido, pero se dio justamente después de la minga. Se sintió como un agradecimiento del Chimborazo por haberlo limpiado. Cuando voy a alguna montaña, la saludo y tengo esa conversación con ella: le pido permiso para subir y, cuando pasan cosas como estas, corroboro el sentimiento de bienvenida.

Roberto Valdez. Vicuñas a contraluz con un sol cayendo para el atardecer. Cortesía © Robinski.

Cuéntanos más sobre las mingas de recolección.

R: La idea de este proyecto surgió cuando empecé a hacer un libro sobre el Chimborazo. Un día subí a una laguna, fueron siete horas caminando y, cuando llegué, vi basura. Me sorprendí porque ese no es un lugar al que lleguen turistas. El tema es que el viento arrastra la basura y ahora está regada por todos lados. Ahora, una funda de Cachitos parece parte de la flora. Cuando publiqué El gran Chimborazo (2020),  decidí usar el dinero de las ventas para financiar las mingas. Al principio, fuimos 6 o 7 amigos y sacamos 600 libras de basura. A la última, asistieron 60 personas y recibimos el apoyo de varias marcas y de la Prefectura de Chimborazo. Hasta este momento hemos recolectado 5,5 toneladas. ¡Una locura! Quiero abrir la minga al público, para que vea cuánta basura hay.

Existe algún fotógrafo o artista que te inspire y quieras recomendar a nuestros lectores.

R: Admiro mucho a quien es un gran compañero y maestro: Jorge Anhalzer. Él es un fotógrafo y ser humano tremendo que también se interesa por la conservación. Hace poco lanzó un documental que recomiendo mucho: La vida de un río. También me inspira Ricardo Darín, el director argentino, y Alejandro Jodorowsky, el escritor, cineasta y dramaturgo chileno. Siempre me gustó la fonética de su apellido, por eso elegí el nombre Robinsky para mostrar mi trabajo. 

Retrato Roberto Valdez. Cortesía © Robinski.