Experiencias
Finch Bay Galápagos Hotel: detenerse a mirar
En 1844 el naturalista Charles Darwin le escribió una carta al botánico Joseph Hooker en la cual describe que por fin llegaron a él destellos de luz. Con esto se refería a estar casi convencido de que las especies no son inmutables, añadía que esa predicción le resultaba similar a la confesión de un asesinato.
En 1844 el naturalista Charles Darwin le escribió una carta al botánico Joseph Hooker en la cual describe que por fin llegaron a él destellos de luz. Con esto se refería a estar casi convencido de que las especies no son inmutables, añadía que esa predicción le resultaba similar a la confesión de un asesinato.
Años antes, Darwin visitaba las Islas Galápagos, cuando un pequeño suceso despertó su atención. En cada isla, los pinzones tenían picos diferentes. Esta necesidad de las aves de adaptarse a las presiones del entorno fue uno de los principios a partir de los cuales escribió la teoría de la evolución.
Finch Bay Galápagos Hotel es un establecimiento que honra el pasado luminoso de las islas. Desde su arquitectura hasta sus servicios, es evidente una visión amplia de la historia como un principio para comprender mejor la vida en el planeta. Como Revista Inhaus, iniciamos un viaje emocionante a su lado, que nos permitiría comprobar la importancia del cambio como ese factor que equilibra la suavidad y la fortaleza para permitirnos sobrevivir.
Comprender el origen
Nuestra primera parada fueron Los Gemelos, dos formaciones geológicas imponentes de aproximadamente sesenta metros de profundidad. Estas permiten una reflexión acerca de cómo las islas emergieron del mar a partir de erupciones volcánicas. Al mirar las grietas de este sitio se puede constatar el magma que fluyó en algún momento hasta vaciarse hacia abajo. Además de conocer acerca del origen, esta primera parada es fundamental para entender que el tiempo ya no es el mismo.
Esta nueva sensación de lentitud se acentúa en nuestra segunda parada: el rancho El Manzanillo. Un sitio en donde se pueden observar tortugas gigantes en su estado natural. En una zona totalmente abierta, paseamos cerca de especies que tienden a vivir más de cien años. Seguimos un sendero para no asustarlas con el recuerdo de piratas que en su momento las cazaron para producir aceite y las miramos refrescarse en pequeños estanques y en la sombra de los árboles.
Continuamos hacia Puerto Ayora, en donde nos embarcamos en la panga del hotel hacia el barrio alemán. Caminamos por un sendero corto mientras el cielo cambia del rosa al naranja en el atardecer. Justo al frente de la única playa del puerto, entre manglares y lagartijas de lava, nos recibió el Finch Bay Galápagos Hotel.
El asombro
Despertar en este lugar exige una actitud contemplativa, alineada con el ritmo natural de la vida primitiva y libre. La arquitectura sutil se mimetiza con el entorno, las aves y las rocas volcánicas. Finch Bay procura ser lo menos invasivo posible con los ecosistemas que le rodean, de esta manera alrededor de sus 27 habitaciones, se pueden apreciar plantas endémicas y manglares de todos los tipos. Su historia se remonta hace más de 21 años y una de sus misiones principales es que sus visitantes no se sientan en un hotel sino en Galápagos.
Otra característica fundamental de este sitio son las expediciones. Al pertenecer a Metropolitan Touring, se alinean a la premisa de no recibir a huéspedes sino a exploradores. En este caso, a través de su yate Sea Lion ofrecen visitas a cuatro islas. Cada una presenta una oportunidad distinta de aprendizaje, ya sea el desarrollo de los lobos marinos, la anidación de los piqueros de patas azules o los rituales de apareamiento de las fragatas.
En una mañana tranquila, partimos a la Isla Bartolomé, la experiencia se plantea de forma distinta y sin tintes comerciales. Los guías aman la naturaleza y cada pequeña lección que comparten nace desde el asombro. Después de dos horas de navegación llegamos a la Bahía Sullivan, bajamos del yate para caminar sobre flujos de lava negra pahoehoe, caracterizados por crear patrones similares a una trenza o a una cuerda.
Remolinos anaranjados, arena negra y pequeños cactus de lava abren nuestra mirada hacia la imponente realidad del paisaje volcánico. En el camino hacia el siguiente punto de nuestra expedición podemos observar de cerca a los pingüinos de Galápagos, una especie que funciona como un ejemplo de supervivencia, al reducir su tamaño y anatomía para adaptarse a un ambiente completamente diferente al usual. Estas pequeñas aves viven bajo un sol tropical y son las únicas de su clase en habitar el norte de la línea equinoccial.
Desembarcamos en un sendero de 365 escalones que nos lleva a la cima de la Isla Bartolomé, en donde tenemos una vista inigualable de la Roca del Pináculo, la Isla Santiago y la Bahía James. Al bajar están listos los equipos de snorkel y nos lanzamos al agua para nadar cerca de pingüinos, tiburones, peces multicolores, estrellas de mar, tortugas y lobos marinos.
Finch Bay Galápagos Hotel plantea cada una de sus experiencias a partir de un principio: nunca perder la capacidad de asombro y aprendizaje. En unas pocas horas, si somos receptivos, podemos tener profundas reflexiones espirituales con respecto a la adaptación y a nuestra pequeñez, en un ejemplo sencillo: un cangrejo muda su caparazón porque le queda pequeño y lo limita. Nosotros también podemos hacer lo mismo cada día con las estructuras mentales y emocionales que nos sostienen.
La esencia del hotel
A la mañana siguiente, los pájaros pasean entre las personas en el desayuno. Descubrimos que además de las expediciones, el hotel se destaca por servicios como gimnasio, yoga y uno de los mejores spas de la isla. Su esencia le ha permitido recibir numerosos reconocimientos, los más recientes son el World’s Leading Green Hotel según los World Travel Awards en el 2019, el Readers Choice Awards Top 25 Resorts in South America según Condé Nast Traveler en el 2020 y el Traveler’s Choice Awards – Top 10% hotels in the world según TripAdvisor en el 2023.
Existen tres factores que hacen que el Finch Bay se diferencie por completo de otros alojamientos de la isla. El primero, es su gastronomía. Cada plato presenta una narrativa de Galápagos a través de texturas, sabores y productos locales. Los mariscos destacan por su frescura y los postres por su originalidad. Así podemos disfrutar de un delicioso volcán de chocolate acompañado de helado de palo santo, un árbol endémico de Galápagos que se usa cuando está seco como una infusión.
Detalles como una huerta propia y un termo para recargar agua por cada huésped nos llevan al segundo factor: la sostenibilidad. Fueron el primer hotel en tener una planta de tratamiento de aguas residuales, permitiendo la reutilización al devolver a los jardines aguas libres de cualquier tipo de contaminante. También son uno de los pocos hoteles de la isla con una piscina de agua dulce, igualmente, esta acción se centra en un proceso cíclico que intenta reducir al máximo el impacto ambiental.
Su plan fotovoltaico les permite generar su propia energía en un 100% y tienen como plan a futuro abastecer a todo el barrio a través de sus paneles solares. También se involucran en varios proyectos relacionados con la comunidad y el Parque Nacional, con el fin de aportar a causas como el cuidado de los manglares, capacitaciones a personas de la zona, entre muchos otros.
Sin embargo, el factor diferenciador más relevante del hotel es la calidad humana de sus colaboradores. Su energía tan cálida y la paz que transmiten. Resulta evidente que se encuentran cómodos y orgullosos de formar parte del establecimiento. Además de mostrar un interés genuino por el bienestar de cada persona que los visita.
Resulta imposible salir indemne de una experiencia como esta. Un pasado histórico nos atraviesa, al igual que la luminosidad de cada pequeño ser que habita las islas. Finch Bay Galápagos Hotel nos permitió entender el ritmo de la naturaleza como el único capaz de reflejar nuestra humanidad. Si las condiciones no son favorables, si el ambiente se vuelve hostil, siempre existe la posibilidad de cambiar y parecernos un poco más a aquellos pinzones que nos permitieron entender quiénes somos y a dónde vamos.