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La energía que se utiliza durante la construcción y etapa de operación de las edificaciones representa una de las fuentes más significativas de emisiones de gases de efecto invernadero en la atmósfera. Nos encontramos en un punto de inflexión, en donde podemos evitar que el planeta llegue a un desequilibrio y ponga en peligro nuestra supervivencia. Si actuamos de manera inmediata, podríamos transitar a un modelo sostenible y evitar que suceda.

Los arquitectos tenemos la capacidad de crear hábitats naturales para mejorar el entorno inmediato y cuidar el ecosistema en donde intervenimos. Seleccionamos los materiales de construcción con una sensibilidad ecológica y, de igual manera, favorecemos el contacto con la naturaleza tanto en los espacios interiores como en los exteriores.

Considero que la arquitectura verde es equivalente a la arquitectura sostenible. La Organización de las Naciones Unidas define a la sostenibilidad como “la satisfacción de las necesidades de la generación presente, sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades”. 

Una propuesta sostenible debe considerar tres dimensiones esenciales: la biológica, económica y social. Mientras que la construcción sostenible se basa en la implementación de estrategias bioclimáticas, el uso eficiente de recursos renovables y el análisis del ciclo de vida de cada material que utilizamos para la construcción.

Actualmente, tenemos la certeza de que nuestros pueblos ancestrales se construyeron de manera sostenible. Los habitantes de cada comunidad tenían una conexión muy íntima con la naturaleza y eran conscientes de su huella ecológica en los espacios que habitaban. Por esta razón y sumado al hecho de que eran nómadas, se aseguraban de la procedencia de cada elemento que utilizaban para sus construcciones. Sabían que debían devolver los recursos utilizados a la naturaleza, sin contaminarla. 

Cabe destacar la importancia que le daban al uso responsable de los recursos renovables, porque tenían la conciencia de que eran limitados. Entendían que si no actuaban con responsabilidad provocarían su desalojo forzado hacia otro lugar, en donde debían encontrar nuevamente las condiciones adecuadas para asentarse. 

En mi opinión, debemos ser conscientes de la relación que tenemos con nuestros espacios habitables. En la actualidad se siguen tendencias estéticas, que no se relacionan con el estilo de vida y mucho menos con el entorno inmediato en donde se encuentran emplazadas. Qué importa más: ¿tener un espacio replicado de una revista o un espacio que brinde confort térmico, psicológico y físico? 

No podemos hablar de eficiencia energética, si no se realiza un análisis climático adecuado del lugar en donde se emplaza la edificación. Esto incluye además el uso innecesario de aparatos eléctricos para calentar o enfriar los espacios. Por otro lado, en la construcción se ha intensificado el uso de materiales contaminantes para el medio ambiente.

Después de esta reflexión es común preguntarse, ¿cómo los arquitectos podemos aportar para lograr una arquitectura sostenible? No hace falta ver referentes extranjeros, nuevos materiales o nuevas tecnologías en la construcción. Basta con observar cuidadosamente, pues tenemos tan cerca el mejor ejemplo de arquitectura verde: las viviendas vernáculas de la zona rural. 

Estas construcciones utilizan materiales de la zona que tienen un ciclo de vida cerrado como: el adobe (tierra), carrizo, teja (arcilla) y madera. No contaminan y si algún día su vida útil termina, pueden ser reutilizados. 

La misión de la arquitectura es innovar, usar materiales amigables con el medio ambiente, al igual que tecnologías no contaminantes. No es fácil frenar el cambio climático, pero existe la esperanza de que se pueda crear una consciencia sostenible. Esto sucederá al rescatar las iniciativas de los arquitectos jóvenes, empresarios, emprendedores y activistas, dispuestos a ser actores del cambio. Nuestro futuro depende de todos y de las acciones colectivas que tomemos.